En la actualidad, durante
las navidades
boricuas, con su eclosión musical de trullas y aguinaldos, trovadores,
ron pitorro, pasteles y arroz con gandules, es cuando más aflora el
perfil
jíbaro de la puertorriqueñidad.
Relegado en el imaginario social a evocaciones nostálgicas, para muchos
es la expresión festiva por excelencia; para otros un pesado lastre
cultural a superar. Más allá de que encarna un significativo legado de
nuestros campesinos, propongo, a través de una mirada libre de
idealizaciones simplistas, argumentar la importancia estratégica de las
tecnologías agroalimentarias
jíbaras para un futuro agroecológico de seguridad y soberanía alimentaria.
Uno de los mensajes ecologistas que ha calado hondo en el imaginario
social es la pérdida de especies endémicas, como el caso de la cotorra
puertorriqueña; o de ecosistemas emblemáticos, como El Yunque y el
Corredor del noreste. Esta tendencia es afín a la de los movimientos en
otros países y a nivel internacional. Sin embargo, existe otra pérdida
que potencialmente tiene el mismo impacto en cuanto a la conservación y
el manejo sostenible de los recursos naturales: la pérdida del
conocimiento asociado. No existe animal, planta o ecosistema de uso
humano que no tenga un conocimiento específico vinculado.
En términos sociales, una vez se muere la última persona que conoce
el uso de una planta, la forma de relacionarse con un animal, o las
interacciones entre especies y geografía en un ecosistema, ese bien
natural pierde su utilidad para nosotros. Aunque el recurso sobreviva,
se pierden siglos de inteligencia adquirida a través de una evolución
dinámica entre el ser humano y el medio. Todo en la naturaleza tiene,
más allá de su uso, un valor intrínseco a su propia existencia. Sin
embargo, una vez desaparece el conocimiento asociado, pierde su calidad
de
don para las comunidades humanas.
En Puerto Rico nos hemos dado el lujo de perder una gran parte del
conocimiento tradicional desarrollado por nuestros antepasados. Ese
conocimiento nos ha permitido interactuar sosteniblemente con el medio
natural y obtener y sustentarnos a través de los alimentos, plantas
medicinales, materiales para la construcción y vestimenta. En gran
parte, hemos despreciado el acervo de conocimientos sobre la naturaleza
de nuestros mayores, en un gesto de arrogante culto a una modernidad
consumista que arrasa con todo, generando un vacío a llenar con todo
tipo de artefactos, necesidades y uso del tiempo. No se trata de miradas
nostálgicas a un pasado que siempre se imagina mejor, sino del costo
social al despreciar y desperdiciar herramientas importantes para el
manejo de la naturaleza.
¿De dónde surge lo jíbaro?
Desde hace años me he preguntado por qué nuestros campesinos se llamaban
jíbaros,
igual que los pueblos amazónicos reductores de cabezas. Cuando comienzo
a investigar encuentro que en el idioma español la palabra es de uso en
Cuba (animal salvaje o montaraz, además del nombre de algunas
poblaciones) y en el mundo amazónico de Venezuela, Colombia, Perú y
Ecuador, donde se usa para designar a algunos pueblos amerindios y
también a personas campesinas, rústicas. Además, es el nombre de un
idioma hablado entre algunos de los pueblos originarios del Amazonas.
Contemporáneamente se usa despectivamente en Colombia y Cuba para
designar a vendedores de drogas ilegales.
La referencia a la palabra jíbaro en el contexto de Puerto Rico data
desde temprano en la colonización española. Al ser de uso en Cuba y La
Española, las otras islas pobladas por los taínos, se asume que el
vocablo llegó con los pueblos originarios en su viaje por el Caribe,
desde lo que hoy es Venezuela.
Jíbaro quiere decir “hombre de la
montaña”, “gente del bosque,” y teorizamos que fue una forma en que se
autodenominaban los habitantes de Boriken.
Temprano en la invasión española de la isla, ante la violencia
desatada en su contra, ocurre una migración/huida de los taínos al
interior selvático. También escapan a las montañas españoles marginados y
negros cimarrones. Es la época de
las sínsoras,
el jurutungo,
las guácaras (
cuevas
en arahuaco), el origen de un mestizaje que se auto-excluye de la
oficialidad colonial españolista y se integra al mundo natural de la
montaña.
Opinamos que en aquel contexto los conocimientos taínos sobre flora,
fauna, alimentación y tecnología agrícola fueran preponderantes en la
integración de aquellos núcleos sociales al medio. Eran los taínos los
que conocían las plantas y animales silvestres para recolectar y cazar.
Tenían las semillas y la tecnología para sembrar en situaciones
complejas en bosques, laderas inclinadas y climatología extrema. Es muy
probable que aquellas personas adoptaran la palabra
jíbaro para nombrarse como algo distinto de los españoles.
Hacia finales del siglo dieciséis algunos cronistas ya hacen la
distinción entre el mundo civilizado de la hispanidad en las llanuras
costeras y la
gente montaraz del interior. En el siglo diecisiete se encuentra la palabra
jíbaro en
documentos oficiales, como una de las clasificaciones del sistema
racista de castas, definido como una persona 66 porciento de sangre
española y 34 porciento afro-indígena.
Desde el siglo XIX, mientras el tema racial permea la discusión, se
dan dos tendencias sobre el uso de la palabra jíbaro. Para algunos
refiere al poblador blanco de las montañas, al cual, con cierta
idealización clasista, se le ha considerado “…lo más entrañable y puro
de la nacionalidad puertorriqueña”. Mientras tanto, surge una
perspectiva negativa, que queda grabada en el imaginario social hasta la
actualidad, a partir del libro
El Gíbaro (1859) de Manuel
Alonso. Allí se ridiculiza al campesino puertorriqueño, siempre desde la
perspectiva de la élite europeísta isleña. A través de un costumbrismo
muy de moda en la época, retrata un campesinado bruto, vicioso, mal
vestido, ignorante y violento.
Aunque el desprecio del mundo rural por parte de las elites urbanas
es algo característico a través de la historia y las geografías, es
sobre la base productiva agrícola y la extracción de riqueza del campo
que se han montado todos los imperios, desde los romanos hasta los
norteamericanos, los soviéticos y los incas. En Puerto Rico las
exportaciones de productos agrícolas (azúcar, café, algodón, jengibre,
entre otros) permitieron la formación de una clase criolla enfrentada a
los españoles monárquicos, mientras estos monopolizaron las
importaciones de alimentos e implementos agrícolas y el crédito. Además,
la primera industrialización puertorriqueña, hacia finales del siglo
XIX, vino del agro: “Cuando ocurre la invasión norteamericana de la Isla
en el 1898, se estaba en un proceso de transformación capitalista, con
nuevas empresas en el área agro-alimentaria, como enlatados y
fabricación de dulces. Sin embargo, cerca de un 70 por ciento de la
comida consumida en Puerto Rico se importaba.”
Lo jíbaro en el siglo XX
Entrado el siglo pasado continúa el uso del nombre jíbaro, por parte
de sectores urbanos costeros y sectores dominantes europeos del
interior, para nombrar a una clase social formada por obreros agrícolas
y sus familias. Estos grupos sociales vivían como
arrimados en
terrenos marginales en las fincas de los hacendados en las montañas, o
en pequeñas parcelas de escaso valor agrícola. Fue gente sometida a
relaciones con características feudales y/o de capitalismo primitivo:
falta de propiedad sobre la tierra, falta de movilidad geográfica, abuso
de las mujeres campesinas por parte de los patronos, inexistencia de
derechos laborales, falta de escolarización, problemas de salud
endémicos y falta de servicios médicos, mala alimentación y una pobreza
extrema que imposibilitaba el acceso a ropa, zapatos e higiene
apropiados.
El campesinado jíbaro quedaba atrapado en un círculo de endeudamiento
vicioso a través de economías cerradas, pues frecuentemente al obrero
agrícola se la pagaba con
vales –algunas haciendas en Puerto Rico llegaron a tener moneda propia- que solo se podían utilizar en las tiendas de los hacendados:
“A pesar del peso de la agricultura en
nuestra economía, durante la primera mitad del siglo pasado se fomenta
el rechazo de nuestra cultura campesina tradicional, rechazo que es
alimentado por el devastador impacto de varios fenómenos naturales y
sociales: los huracanes San Ciriaco a finales del siglo XIX y San Felipe
en el 1929, la gran depresión económica mundial a partir del mismo año,
enfermedades como la anemia infecciosa, la bilharzia y la malaria. Las
condiciones de extrema pobreza que resultaron de tantos azotes, unido a
la tradicional explotación latifundista, fueron confundidos con una
supuesta ‘inherente mediocridad’ en la manera de los jíbaros aproximarse
a la realidad, tanto en cuanto a la tecnología agraria como en los
valores culturales.”
Sin embargo, en el año 1939 en Puerto Rico se produjo el 65 por
ciento de los alimentos para una población de dos millones de personas.
Las mejores tierras agrícolas de la isla estaban destinadas a cultivos
de exportación, como la caña y el tabaco, así que podemos inferir que
esa cantidad de cultivos alimenticios se producía en terrenos inclinados
de las montañas. Somos de la teoría de que aquella agricultura para la
producción de alimentos era de origen campesino, e integraba muchas
prácticas de conservación de la naturaleza (suelos, agua, biodiversidad)
que hoy llamamos
sustentables.
Mientras tanto, pasada la mitad del siglo pasado muchos pobladores
del interior de la Isla continuaron autodenominándose jíbaros con
orgullo y como seña de identidad. Cuando viví en las montañas de Maunabo
a finales de los años setenta y principio de los ochenta, mientras las
autopistas ya surcaban la cordillera y los centros comerciales
comenzaban a estropear el paisaje del país, encontramos que aún pervivía
un entramado social campesino muy fuerte. Alejados de las grandes
haciendas del centro de la isla, muchas familias eran dueñas de los
terrenos que habitaban y sembraban. Aún quedaban componentes de una
economía mixta que integraba la agricultura de subsistencia, la
producción agrícola para los mercados, el trueque de bienes y mano de
obra, y el trabajo asalariado como obreros agrícolas. Muy distinto a la
mortandad infantil vivida por los campesinos en las zonas cafetaleras
del centro de la isla y los cañaverales costeros, lograban criar
familias numerosas. Aquella gente se consideraba jíbara con orgullo.
En su libro
Desde Borínquen Atravesada: apuntes para una sustentabilidad jíbara,
José Rivera Rojas nos muestra, a través de su infancia y adolescencia
en un barrio de las montañas de Caguas, la sobrevivencia y vigencia en
los años setenta del siglo XX del mundo campesino. “Aún prevalecía en el
imaginario puertorriqueño rural un complejo sistema de valores que
incluía la solidaridad, el respeto a los demás, a la naturaleza y…un
profundo sentido del amor propio.”
Los relatos de José Rivera Rojas incluyen aspectos sociológicos,
culturales y tecnológicos. Sin idealizar, nos describe un mundo de
hombres que lloran y mujeres que son fuertes, niños y niñas que aprenden
y juegan juntos, un trato respetuoso para los animales aunque fuesen
criados para ser consumidos. Nos habla de las yuntas de bueyes, el uso
sostenible de los bosques, la biodiversidad y los conocimientos
asociados, la siembra de ñames, arroz y tabaco, entre muchos otros
componentes de un entramado integrado e integrador de la relación del
ser humano con su entorno natural.
Sin esa presencia de lo campesino como identidad en el imaginario
social puertorriqueño hasta bien entrado el siglo XX, no se entendería
que el Partido Popular Democrático escogiera como emblema el perfil de
un jíbaro con su característico sombrero, la
pava. No como
emblema de un pasado añorado, sino como símbolo de la esencia de una
puertorriqueñidad mestiza, autóctona, trabajadora, creativa y
entrañable, propuesta como la base de un nuevo país democrático y
moderno. No son estás páginas el lugar para profundizar en una de las
grandes contradicciones en la historia política de la gestión del
Partido Popular. Pero sí sostenemos que para propiciar la rápida
transformación de una economía de base agrícola a otra capitalista
basada en una industrialización rápida con capital norteamericano, en
Puerto Rico se promovió el vaciamiento del campo en las ciudades y la
migración a Estados Unidos.
En una estrategia con grandes contradicciones frente a la rápida
transculturación de influencia norteamericana, los nuevos gobernantes de
mediados del siglo pasado tuvieron que defender la identidad isleña. El
Instituto de Cultura Puertorriqueña se convierte en garante y promotor
de lo
jíbaro a través de las ferias de artesanía, los concursos
de trovadores, talleres y cursos de capacitación y formación. La cultura
campesina pasa de ser una expresión cultural viva y en dinámica
evolución dentro de un contexto sociológico cambiante, a convertirse en
expresiones de folclor. Sin embargo, los esfuerzos del Instituto han
servido para evitar la desaparición total de una enorme diversidad de
expresiones culturales: oficios como carpintería y tejidos, con sus
herramientas, utensilios; música, ritmos, bailes, instrumentos
musicales; cosmovisiones, imaginería, iglesias, prácticas; arquitectura
de distintas épocas, diseños, materiales diversos, entre un gran acervo
que permanece en los cimientos de la puertorriqueñidad.
Mientras tanto, parece que fue un fenómeno generalizado la
institucionalización del prejuicio a mediados del siglo XX sobre lo
campesino por parte de los sectores urbanos, los propietarios de la
tierra y nuevos capitalistas. Hemos conocido varios ejemplos de cómo se
pervierte el uso de los nombres tradicionalmente utilizados para
describir a las poblaciones campesinas, para pasar a ridiculizarlas. En
Catalunya fue con los
pageses, en Uruguay los
canarios, en Estados Unidos los
hillbillies.
En todos los casos se ha cambiado el uso de las palabras para pasar a
describir a los campesinos como personas ignorantes, atrasados, poco
inteligentes, incultos, etc. Somos de la opinión que ese proceso de
degradar lo campesino sirvió para mover grandes masas poblacionales a
los centros urbanos, para ser obreros, empleados y, por supuesto,
grandes consumidores.
Herencia agrícola de saberes campesinos
Hoy se reconocen muy poco las aportaciones tecnológicas de la
población jíbara en nuestro país. Siempre me llamó la atención la falta
de una referencia dinámica en nuestro imaginario social a un campesinado
como promotor de parte de nuestros valores, cultura y conocimientos
nacionales:
“Somos de la teoría de que una parte
importante de la tecnología agrícola practicada por nuestros jíbaros
hasta entrado el siglo XX fue en realidad adaptada de los sistemas
indígenas, con modificaciones a partir de influencias españolas [y
africanas]…
para los que hemos tenido la oportunidad de cultivar según lo ha hecho
el jíbaro tradicionalmente, los sistemas de tala, quema y rotación, de
asociación y sucesión de policultivos, gran biodiversidad productiva,
manejo de suelos y del agua, conocimiento climatológico, cosecha,
almacenamiento y consumo tienen, definitivamente, mucho de tecnología
indígena, si se hacen comparaciones con otros pueblos originarios centro
y sur americanos.”
A finales de los años setenta y principio de los ochenta, tuvimos la
oportunidad de vivir y hacer agricultura campesina en el barrio Matuyas
Bajo de Maunabo (Puerto Rico). Don Santos Rodríguez, Doña Cela y Don
Cele ya eran agricultores de más de setenta años: los dos primeros
todavía
fincaban y fueron generosos maestros. Con amigos de
generaciones más jóvenes, trabajamos en las talas y compartimos largas
horas de socialización creativa. Más tarde, a principios de los años
noventa, como parte del
Proyecto Yagrumo , una investigación
sobre conocimiento tradicional agrícola, tuvimos la oportunidad de
entrevistar a agricultores mayores de Maunabo, Orocovis, Patillas y
Utuado.
Todos y todas compartieron generosamente sus conocimientos y prácticas
de agricultura jíbara. Algunos, de la mano de los agentes de extensión e
inducidos por los paquetes tecnológicos de las agencias gubernamentales
agrícolas, ya habían introducido elementos de la agricultura química
(abonos de síntesis, plaguicidas, herbicidas), pero la agricultura que
conocí en aquellas fincas y entrevistas seguía siendo esencialmente de
base tradicional campesina, jíbara.
A continuación se incluyen prácticas y conocimientos agrícolas
campesinos puertorriqueños, de utilidad para la agroecología, a la cual
llamamos hermana académica de la agricultura ecológica.
La agroecología reivindica la unidad entre las distintas ciencias
naturales entre sí y con las ciencias sociales, para comprender y
potenciar las interacciones existentes entre procesos agronómicos,
económicos y sociales. Dicho de otra manera, se reivindica la unidad e
interacción que existe entre el medio natural, la planta, el animal y el
ser humano.
La agroecología tiene una dimensión integral en la que lo social
ocupa un papel muy relevante, ya que las relaciones establecidas entre
los seres humanos y las instituciones que las regulan constituyen la
pieza clave de los sistemas agrarios, que son ecosistemas fuertemente
humanizados. Para la agroecología el
agro-ecosistema es la unidad
sobre la cual se trabaja. Desde esta perspectiva, la estructura interna
de los agroecosistemas resulta ser una construcción social, producto de
la coevolución de los seres humanos con la naturaleza.
En la tabla siguiente compartimos una selección y descripción, muy
personal, de los conocimientos y prácticas campesinas puertorriqueñas,
en ánimo de provocar la reflexión sobre estos temas. Acompañamos los
conceptos descritos con ejemplos asociados, que hemos tenido la
oportunidad de practicar, presenciar o escuchar de primera mano.
Prácticas y conocimientos campesinos jíbaros con valor agroecológico
PRÁCTICAS
|
EXPERIENCIAS DESCRITAS
|
Protección de los suelos a través de coberturas con la integración de árboles, policultivos y zanjas. | Uso
de árboles en los cafetales, siembra bajo plátano y guineo de calabaza u
otros cultivos; gandules o quimbombó en los bordes de las zanjas. |
Rotaciones agroecosistémicas de cultivos, con ciclos de varios años cuando el acceso a la tierra lo permitía. | Rotaciones
de 3 a 5 años en la siembra de frutos menores, con la conservación de
árboles de valor, e integración selectiva de frutales, y cultivos que
quedaban como silvestres durante la época de recuperación (ñames,
malanga, guineos). |
Sucesión de cultivos como parte integrada del
manejo de los predios en el tiempo, por ejemplo, de acuerdo a la
fertilidad, la sombra y las estaciones. | La siembra de las tres hermanas: calabaza, maíz y habichuelas. |
Diseño diversificado de las siembras, ubicando
los cultivos y sus variedades de acuerdo a los tipos y profundidad de
suelos, niveles de humedad, cantidad de luz solar, niveles de materia
orgánica, duración de los cultivos, morfología de las plantas, ciclos
lunares, expectativas de lluvia, entre otras variables manejadas en
complejas matrices de conocimiento. | La
distribución de variedades del mismo cultivo en el espacio de la tala o
finca. Esto se hacía con tubérculos (ñames habaneros o guinea),
habichuelas de todo tipo, variedades de guineo, y la yautía blanca,
Kelly o morada. La selección del lugar de siembra respondía a un micro
manejo agroecosistémico. |
Manejo del agua a través de la protección de las quebradas, riberas y cuencas, manteniendo vegetación en zonas delicadas. | Nunca
talar hasta el borde de las quebradas o cuerpos de agua, dejando
vegetación para evitar erosión. Conservación de bosques alrededor de los
manantiales de montaña. |
Zanjas para proteger el suelo de la erosión cuando llueve, y para infiltrar en el subsuelo durante períodos de sequía. | Siempre
se usaban zanjas en los cultivos de laderas, desde la mayor en la parte
superior de la tala, y las trasversales a distancias determinadas. |
Protección y manejo sustentable de los bosques,
como refugios de biodiversidad, acceso a madera, protección de las
fuentes de agua, y fuente de alimentos (frutas, caza, raíces, entre
otros). | Por tradición no se talaban los
bosques en los topes de las colinas o cima de las montañas. En muchos
lugares el manejo era comunitario, y se cortaban árboles para ocasiones
especiales, como cuando una pareja construía su casa. |
Sistemas agropecuarios integrados, la finca
familiar intentaba tener zonas para siembra, pastos, frutales y bosques,
en un manejo sinérgico integrado. | Agricultura de tubérculos y vegetales, frutales y cultivos anuales, animales domésticos. |
Plantas medicinales para uso familiar y veterinario, integradas en el agroecosistema. | Las
plantas medicinales estaban alrededor de la casa, en el huerto bajo
control de las mujeres, integradas a las talas y silvestres en todo el
entorno. |
Integración de animales domesticados para
alimentación, transportación y trabajo. Los animales formaban parte
integrada del circuito alimentario, siendo a la vez alimentados y
alimento. | Crianza de gallinas, cabras, cerdos, vacas, caballos, entre otros. |
Conocimientos para el uso sustentable de los recursos vegetales y animales, para así evitar su agotamiento o desaparición. | Había
meses en los que no se pescaban bruquenas (cangrejos de río), porque
estaban paridas. Siempre que se cosechaba ñames silvestres, la cabeza o
semilla se enterraba al lado para que al cabo de dos años se volviera a
cosechar. |
Intercambio de recursos genéticos, a través de
las semillas, tubérculos, animales domésticos. El intercambio era
horizontal entre vecinos, en los mercados, fiestas, y vertical entre
generaciones. | Cuando un vecino iba de visita a
casa de otro, por lo general se le regalaban semillas de cultivos
novedosos, con alguna descripción de las características de cultivo y
alimentarias. |
Predicción y manejo del clima, de lluvias y seguías, huracanes. | Cambios
en el canto del coquí se interpretaban para predecir la lluvia. La
virazón de las hojas del yagrumo sin que soplara viento servía para
prepararse para los huracanes. |
Uso estacionario de los recursos según disponibilidad. | Gandules en invierno, ñames en los meses fríos, panas en verano, mangó en verano, chinas en invierno. |
Los vecinos intercambiaban trabajo como manera de emprender tareas fuertes y/o complejas. Sistemas de reciprocidad. | En
Maunabo se usaba el fotuto (caracol marino) para convocar a las yuntas
para limpiar los terrenos y preparar las talas. El trabajo se compensaba
con trabajo o con alimentos. |
Transmisión intergeneracional de conocimientos. | Los jóvenes trabajaban con los mayores y aprendían sobre todos lo relacionado con el manejo del medio. |
Diversidad de componentes para el auto-sustento.
Los niños aprendían a comer y recoger frutas del entorno. Se usaban
hojas comestibles del bosque y los cultivos. Pesca y caza de fauna
silvestre. | Las hojas de la yuca son
nutritivas. Se hacen tortilla con hojas de ortiga hervidas. Las
quebradas y ríos tienen camarones, bruquenas y pescado. Conocimientos
especializados sobre épocas para cazar y recolectar. |
Conocimientos, en ocasiones muy complejos, para
la transformación y uso de lo cosechado en alimentos aptos para el
consumo humano. | El grano de café en bebida, el cacao en chocolate, la yuca en pan casabe, eliminar toxicidad de algunas plantas medicinales. |
Artesanías hechas de materia prima disponible en el conjunto de los agroecosistemas campesinos: madera, semillas, frutas. | Del
tronco del mangó se hacían pilones. Con los bejucos del monte se tejían
canastas. Con la hoja de guineo se formaban aparejos para proteger el
lomo de los caballos y mulas. La fibra de la planta de emajagua sirve
para tejer sojas. |
Construcción de casas y otras estructuras para la agricultura. | Los
carpinteros campesinos escogían los árboles en el bosque, preparaban la
madera, diseñaban y construían, muchas veces con herramientas rústicas. |
Estrategias de previsión y manejo de emergencias:
anticipar crecidas de cuerpos de agua, predicción de huracanes,
contrarrestar las sequías. | Cuando el huracán
San Felipe arrasó con los cultivos en el 1929, el conocimiento sobre
cortezas y raíces comestibles sirvió para sobrevivir en los campos. |
Cultivos para proveer dinero para la familia
(cash crops), para complementar las ventas regulares, el auto-sustento y
los salarios estacionales como obreros agrícolas. | Los
siguientes cultivos han servido para aportar dinero a las familias
agrícolas en Puerto Rico: café, cacao, tubérculos, flores, frutas,
madera, animales; además de artesanías y productos elaborados, entre
otros. |
Hacia un futuro agroecológico
Muchos de los movimientos de agricultores orgánicos y ecológicos
puertorriqueños actuales reivindican lo jíbaro como referencia
campesina, y algunos rescatan lo mejor de esa tradición con el concepto
neo-jíbaro,
nuevos jíbaros. Esa referencia cultural representa hoy el cuidado del
medio natural, solidaridad, auto-sustento, laboriosidad e inserción
comunitaria (compadrazgo). También incluye la comprensión de los ciclos
naturales, pensamiento complejo/multiplicidad, y el manejo de matrices
temporo-espaciales sobre: biodiversidad productiva con integración de
especies, variedades, animales domésticos, árboles, fauna silvestre,
insectos, pájaros y otros animales, meteorología, ciclos de agua, uso y
protección de los suelos.
¿Cuánto conocimiento tradicional agroalimentario de carácter
sustentable queda disponible entre nuestros mayores en Puerto Rico?
¿Habrá tiempo para rescatarlo? Cada viejo y vieja -dicho con cariño- que
muere se lleva el conocimiento si no lo ha trasmitido. Además hace
falta sistematizarlo para que pueda ser (re)utilizado por otros.
También es necesario, a través de técnicas de investigación participativa
y extensión campesino a campesino,
desarrollar estrategias para aumentar e intensificar la producción de
alimentos mediante tecnologías agroecológicas, lograr estabilidad
agroecosistémica y compartir horizontalmente los conocimientos y las
innovaciones. El rescate y afirmación de lo jíbaro aporta herramientas
necesarias para manejar efectiva y exitosamente la complejidad que
implica el desarrollo de un sistema agrícola y alimentario propio,
eficiente, sustentable, económicamente viable y ecológicamente
sensitivo. Es decir, movernos como país hacia la soberanía alimentaria
mediante la agroecología.
*
El autor es especialista en agricultura ecológica, y autor de
los libros El huerto casero: manual de agricultura orgánica y La Tierra
Viva: manual de agricultura ecológica. www.ecoser-desarrollointegral.blogspot.com.